Mi mujer, Belén, es profesora de Arte y de Plástica… además es una Bella Artista… y tiene en sus ojos algún curioso código que, independientemente de ser mujer y yo hombre, distingue el verde turquesa del azul verdoso… el rosa palo del rosa chicle y el gris en cualquiera que sea su matiz, si tira a azul, rojo o amarillo… ¡lo aprecia!… Claro, debió instalarse una actualización de las paletas del pantone en su vista y es infalible.
Pero además tiene cierta y rara obsesión, (llamémosle necesidad o sensibilidad mejor) de llamar y nombrar a las cosas por su nombre. Hace mucho que venimos hablando de esto y el otro día me decía que porqué no dibujaba una viñeta con esta precisa y preciosa idea: el color carne. (Luego la idea de esta ilustración es suya, las mejores ideas son de ella siempre… si no se las adueña…)
Como profesora ya de secundaria y bachillerato, lleva tiempo observando que aún son muchos los alumnos que llaman “color carne” al color de la piel cuando realizan cualquier trabajo.
– “pásame el color carne”
-“¿qué color carne?”
-“pues el color carne!!!”
-“ahora va a resultar que tú y yo tenemos el mismo color de piel no?”
Los chavales suelen decir… “qué más da!!!” “cómo se pone la profesora ésta con las cosas éstas…” pero sospecho que ninguno puede contradecir… resoplan, sonríen, asienten y por fin entienden que el color carne, amigos… yo lo he aprendido ya! ¡¡¡No existe!!! El color carne es el color que hay en las carnicerías y… hay muchos tipos de carne. Hay color de piel y… el color de la piel es extraordinariamente distinto en cada ser humano.
Gracias Dislalia. Sigo aprendiendo a distinguir que, además, lo primero es lo primero y el uno va delante del dos.
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